TASIO - CAPÍTULO 2

SERGIO RIVAS

Con los años he aprendido que hay conversaciones que es mejor no tener. El tiempo me ha enseñado que hay secretos por los que no hay que preguntar y confesiones que no hay que forzar. Tasio volvió a nuestras vidas como si nunca hubiera faltado. Retomamos nuestra amistad en el mismo punto en el que la dejamos aquella madrugada de invierno. Todos estos años de ausencia apenas significaban aquellas raquíticas dos o tres horas que distanciaron la noche en la que desapareció de un nuevo día. 

Decidimos juntarnos los martes, no recuerdo porqué elegimos ese día. Quizás porque a Tasio siempre le gustó la discreción de los días anodinos. Nos reíamos, bebíamos cerveza. Volvíamos a marcar en negrita la temblorosa línea a lápiz por la que transcurrieron aquellos lejanos años de nuestras vidas. Poco a poco Tasio se convirtió no solo en algo que ya era, un buen amigo, si no en algo en cierta forma necesario para todos. Tenerlo de nuevo entre nosotros nos hacía espectadores de una película en la que nosotros fuimos los protagonistas, sentarnos de nuevo junto a él nos ayudaba a vislumbrar el horizonte de una vida que ninguno sabíamos cómo se nos había escapado de las manos. Que Tasio hubiera vuelto de vete tú a saber dónde, nos hacía sentir que nosotros también habíamos vuelto de un oscuro viaje. Aquellos martes nos sentíamos indestructibles, inseparables, infinitos. Pero la vida dista mucho de ser como deseamos, y las garras del destino apenas dejan una secuencia al azar. No tardamos en darnos cuenta de que algo no iba bien.