Anécdota divertida 4
Joan Crosas
Salgo a pasear con Terry todas las tardes. Mi mujer lo hace por la mañana, al mediodía lo debería sacar Pol, aunque por sus ausencias (muchos días está todavía durmiendo, el muy noctámbulo) nos acabamos turnando Sonsoles y yo, y por la tarde me toca siempre a mí. Esto era así incluso antes del confinamiento.
Para mí es un rato fantástico: caminata hasta la Ciutadella, paseo por sus jardines y vuelta a casa por Arco de Triunfo, Ronda de Sant Pere y demás calles. A menudo es el único momento del día en el que no estoy trabajando o haciendo algo relacionado con el trabajo.
Estos días, como ya imaginaréis, sigue siendo un momento de escape valiosísimo y mi único ejercicio diario, aparte de cuando cocino y tengo que agacharme a por las sartenes y cacerolas que guardamos en los armarios bajos de la cocina. Además, pasear por una Barcelona desierta y silenciosa, escuchando el cantar de los pájaros en vez de coches y autobuses y no cruzarte apenas con nadie, es un gustazo que difícilmente volveremos a vivir.
Solemos salir de casa después de las siete, por lo que la mayoría de días, nos dan las ocho en pleno paseo. Vamos andando por la calle en silencio, solos Terry y yo, y de repente todos los balcones y ventanas se llenan de gente aplaudiendo y vitoreando. Me da un subidón enorme, no puedo evitarlo, aunque solo me dura unos segundos, eso sí. En seguida, avergonzado por haberme apropiado de unos aplausos que van dirigidos a un colectivo que tanto lo merece, me paro y me pongo a aplaudir yo también.
Bueno, no iba a explicar esto, mi historia va por otro lado.
Hace unos días, durante mi agradable paseo de cada tarde, me fijé en un detalle nuevo: en la calle Ausias March, frente a Le Léopard, el restaurante de Darial, la tienda de moda más cara de Barcelona, hay un plátano herido en su corteza que tiene un agujero redondo que parece una boca abierta. Ya hace tiempo, alguien le pintó unos labios y, aprovechando unos bultos del tronco que hay encima del agujero, unos ojos con sus pestañas que le dan al árbol un aspecto de lo más grotesco.
Pues bien, estos días de Coronavirus, a algún buen ciudadano, esa boca impúdica abierta de par en par, le habrá parecido un peligro y le ha puesto una mascarilla.
A continuación, lo podéis ver.