Anécdota divertida 5
Joan Crosas
Esta mañana, como todos los días, he bajado a buscar La Vanguardia. Siempre me acompaña Terry, él “pasea” por unos cuantos árboles mientras yo abro y cierro el buzón pegado a la puerta de la portería por la parte de la calle. Hoy justo cuando salíamos, ha cruzado la puerta como un rayo y sin que le hubiésemos visto antes, Fellini, nuestro gato.
Fellini es joven, tan solo seis meses, a diferencia de Terry que tiene nueve años y su curiosidad, como a todo buen gato, le puede. En cuanto nos descuidamos ya ha salido de casa, subiendo raudo las escaleras hacia el terrado o perdiéndose escaleras abajo. En varias ocasiones nos lo ha devuelto un vecino sin que nosotros ni tan siquiera nos hubiésemos enterado que se había escapado.
He subido escaleras arriba, sorteando los zapatos que estos días dejamos fuera y en cuanto lo he tenido en brazos he pensado que, por qué no, lo bajaría al rellano de la portería para que descubriera un poco de mundo; no me iba a encontrar a ningún vecino a esa hora y a él le liberaría un poco del encierro que, en su caso, dura desde toda la vida. A parte de las escapadas a las que ya me he referido, no conoce más mundo que nuestro piso, cosa que, por otro lado, creo que a los gatos no les importa mucho.
En cuanto hemos entrado en el ascensor y cerrado las puertas, he dejado a Fellini en el suelo. Terry, como siempre, con el hocico pegado a la rendija de la puerta esperando para salir corriendo hacia la otra puerta, la de la calle y Fellini, andando lentamente arriba y abajo, mirándolo todo con su curiosidad y elegancia felina. Lo dejaría suelto en la entrada de la finca, ahora que no hay portero para que curioseara mientras yo salía a por el periódico y Terry hacia sus necesidades.
Y así ha sido. Pero esta vez, Terry, en cuanto ha salido a la calle se ha puesto a cagar en el primer árbol, cosa que no suele hacer en las fugaces salidas mañaneras y mientras yo cerraba el candado del buzón a dos manos, con la prensa debajo de la barbilla aguantándola con el mentón y la pierna estirada hacia la derecha sujetando la puerta de la calle con el pie para que no se cerrara, he visto como Fellini se escabullía a toda velocidad por la escalera izquierda de la casa, hacia arriba.
Me he quedado unos momentos pensando que hacer: ¿salía detrás del gato dejando al perro en la calle con la mierda sin recoger? o ¿me olvidaba del gato y solucionaba primero los problemas de la calle?
Entonces me he visto desde fuera: en la calle sin llaves (estos días me he acostumbrado a no cogerlas puesto que siempre hay alguien en casa), en pijama (bueno, con una chaqueta por encima), calzando zapatillas y sin bolsas para recoger la defecación de Terry y encima, Fellini perdido por las escaleras.
Y, cómo no, en seguida ha empezado a aparecer gente por todos lados. Yo avergonzado, recogiendo la caca de Terry con un papel que he encontrado por el suelo, mientras le llamaba para que volviese rápido y poder ir a por Fellini. Suerte que entre todos los que han aparecido también había un vecino de mi escalera que, mientras me escudriñaba con la mirada, me ha permitido entrar.
Bueno, después de recorrer las dos escaleras de la finca arriba y abajo, unas veces andando y otras en ascensor, sin encontrarle, hemos llegado al portal de casa, los dos, Terry y yo, sin Fellini y mientras le explicaba a mi mujer, a la que había despertado en ese momento, que había perdido al gato, ha aparecido Toni, el vecino de abajo, con Fellini en brazos, como otras veces, al que acababa de encontrar paseando por la portería