Anécdota divertida 7
Joan Crosas
Después de 6 anécdotas divertidas - unas más que otras, ya lo sé - me permitirá el lector que, esta vez, deje aparte el adjetivo y narré una historia que poco tiene de graciosa, aunque eso sí, espero sea entretenida. Sigo con el mismo título de la serie para darle un formato de conjunto a mis relatos si bien este lo debería titular tan sólo ANÉCDOTA o quizá mejor PASATIEMPOS.
El principal motivo por el cual he entrado en un momento de sequía creativa es que, los últimos días, me he confinado dentro del confinamiento, o sea, me he “reconfinado”.
Lo explicaré: resulta que estoy inmerso en la última novela de romanos de Posteguillo, mi autor favorito de novelas de romanos, con el que ya he pasado tantos veranos disfrutando de las trilogías de Escipión o de Trajano. Ahora estoy metido en la segunda entrega de Julia Domna, por lo que me paso el día leyendo confinado en el sofá.
De esta manera, concentrado en la lectura, las posibilidades de percibir detalles divertidos que acontezcan en mi casa han bajado a porcentajes ínfimos. Si bien siempre están presentes Terry y Fellini yo, absorto con mi novela, tan solo me fijo en ellos cuando Fellini se da un paseo por encima mío o cuando Terry, tocando con su patita mi libro electrónico, reclama su paseo diario.
Así pues, estos días, aparte de leer, he hecho poco más que cocinar, comer, pasear a Terry o, como en este momento, sentarme delante del ordenador para relatar mis vivencias.
Ahora me acuerdo de un detalle. Voy a abrir un paréntesis:
(Ayer tarde, durante el paseo con Terry, nos dieron las ocho en la calle Ali Bey entre Bailén y Paseo de Sant Joan. En una de las viviendas hay un vecino que, a esta hora, pone música a todo volumen desde el balcón de su casa hacia la calle. Hace sonar canciones enaltecedoras con las que, supongo, intenta contagiar entusiasmo a sus vecinos y bien que lo consigue. En este tramo de calle la ovación se torna atronadora cada tarde. Yo, sin parar de andar, me puse a aplaudir a rabiar, emocionado, pensando en Mònica y en todos sus colegas y Terry siguió marcando árbol tras árbol como si nada aconteciera.)
Sigamos. Los únicos momentos que he conservado son: mi media hora o una hora, resolviendo los tres sudokus de La Vanguardia y mis partidas de Backgammon con Pol. Nos encanta este juego. Los dos usamos la misma estrategia – cómo no, a Pol le he enseñado yo – nos dejamos matar mucho al principio para ganar la partida desde atrás, lo llamamos: hacer un back; por lo que nuestras partidas son largas y apasionantes.
Pues bien, hay otro al que le encanta el Backgammon: Fellini. Cada vez que jugamos en la mesita del salón, él, con su delicadeza se sube al tablero, normalmente sin tocar ninguna ficha y, con su patita, toquetea los dados en movimiento.
Lo ilustro con una foto de una fase de la partida.