21 DÍAS para UN SALUDO

Marta Rodríguez Bosch

Día 20 de confinamiento. Salgo de casa, como cada mañana, para comprar el diario en el quiosco. Extraigo el kleenex del bolsillo derecho del abrigo, envuelvo el pomo del portón y abro. (En el bolsillo izquierdo del pantalón va otro kleeenex, el de la nariz por si me asaltan picorcillos). Piso la calle con respeto y enfilo Argentería hasta Vía Layetana. Ya no me sorprende como el primer día confinada, el segundo o el tercero, que esta calle, habitualmente un rio de gente, ande desierta. Camino rápido. Al cruzar con alguien, me desvió más allá de la lógica. No atiendo a caras. Vuelvo a casa sin entretenimientos.
Día 21 de confinamiento. Al salir de casa, mantengo las medidas de higiene y distancia social de “siempre”. Pero hoy me descubro diciendo a los escasos paisanos que circulan: “hola, buenos días”. Esta nueva Argentería, a fuerza de vacía, se acaba de inserir sin darme cuenta en la trama del pequeño pueblo donde paso las vacaciones desde hace años. Donde la gente se saluda por la calle aunque no se conozca.
Regreso a casa cantando “La calle desierta, noche ideal...”.
Me viene a la cabeza la historia de la cuarentena en el barco del Libro Rojo de Carl G. Jung, y como 21 días de un comportamiento crean una costumbre. El inconsciente rebasando al consciente y transformándolo todo.

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