El lado positivo
Francesc Jufresa
Estos días me han devuelto al más exagerado ritualismo desde que pongo el pie en el suelo y me dirijo en pijama a pasear a las perritas en compañía de mi hija Mónica, evitando ser sorprendidos por la policía en tan incalificable y peligrosa conducta. Parada en la gasolinera para comprar periódicos y panecillos y vuelta a casa.
Después, deprimente lectura de periódicos, desayuno, propio y de Kika, la papagayo, unas vueltas por el jardín, para creerme que sigo en libertad, y para arriba.
El periodo de preparación para la ardua jornada no es menos ritual: los ejercicios gimnásticos, de corte Woody Allen, la elaboración del estado diario en Facebook, dentadura, cremas e higiene corporal, al máximo detalle, con repetida desinfección de manos con crema hidro-alcohólica.
El resto de la jornada, alternativamente, lo dedicamos, yo y los seres queridos, a la ingesta alimenticia y al visionado, tanto de los informativos que el Gobierno Goebbels nos suministra a diario, con total transparencia, como de todo tipo de películas y series. Nos enganchamos y devoramos The Good Doctor, puedo calificarme como un fan autista de Shaun Murphy, y ahora mismo lo soy de La Casa de Papel, mejor dicho, de Tokio. Agur.