“Doy las gracias por…”

Lídia Penelo

-Doy las gracias porque cuando matemos al virus podré tener un hámster!-, espetó Nico con determinación con la cuchara llena de sopa. -¿Y tú mamá, por qué das las gracias, hoy?”, soltó con los ojos fijos en mí.

- Pues yo doy las gracias por… Por qué estamos los tres bien, y los abuelos también- Dije sin mucha convicción. Mis padres iban hasta arriba de antidepresivos, y el resto de la familia había decidido luchar por libre. (Lo de los lazos de solidaridad que proclamaban mis amigas en redes para mí, eran pura ficción).

Sé que lo del ritual de dar las gracias era muy de peli norteamericana, pero a nostros nos servía para achicar tensión en las cenas familiares. Nico no sabía que su padre y yo habíamos decidido separarnos y que se lo íbamos a contar el mismo día que Pedro Sánchez anunció el estado de alarma. Así que aquella cuarentena era una especie de jaula con dos fieras muy hartas una de la otra.

Las noches de “Doy las gracias por…” se sucedían al igual que los días. Procurábamos mantener rutinas férreas para que las grietas de la convivencia no mutasen en fisuras. Y ese monótono devenir, esa rutina confinada y previsible, se tornó en una especie de paz y serenidad que cambió el rumbo de las cosas. De repente, mi marido y yo nos dimos cuenta de que no nos caíamos tan mal, y que, superada esta, podíamos ir a por otra… cuarentena.