Confinamiento. Día 31: una visita inesperada

Elena Minguela

Era pequeñito, como mi puño, y nos inspiró tanta ternura… Tan solo, tan desamparado. Parecía mareado, desorientado, y se refugió en la terraza. Allí lo encontramos, buscando la sombra entre las patas de la mesa, el Domingo de Pascua por la mañana, al subir a preparar el vermut confinado. La pista para averiguar su especie es una línea amarilla que le recorre la cabeza… pero no tengo ni idea de pájaros. El tamborilazo que se pegó contra el ventanal el Jueves Santo por la mañana y que le llevó por casualidad a nuestra casa ha dejado secuelas profundas. Decidimos pues llamar a los profesionales: aunque no sea el mejor momento. Maravillosa atención, la del CRFS Torreferrussa. El pequeño, identificado como reietó (reyezuelo sencillo), tiene miedo del dedo untado en agua con azúcar que le ofrecemos siguiendo instrucciones, pero sí que bebe de la cucharita… Es mejor dejarlo tranquilo, aunque cuesta resistir la tentación y asomarse a verlo cada dos minutos. Por la tarde, desde Agents Rurals vinieron a buscarlo: estábamos equivocados esperando escuchar a su madre piando, porque la madre era ella. Ahora pasamos los días observando el cielo: por si vuelve a aparecer, plenamente recuperada, y nos visita de nuevo. Pequeñas esperanzas de la cuarentena.

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