Anécdota divertida 17
Joan Crosas
A estas alturas pensará quien me lea que, el título de mis relatos no es más que una excusa para atraer al lector ávido de diversión. Pues sí. Tengo que reconocer que en las últimas historias está siendo así. Espero estar al tanto de cosas divertidas que puedan ocurrir y valga la pena contar para hacer bueno el encabezamiento de lo que escribo. De momento es lo que hay.
En las sucesivas ochos de la tarde, cada vez creo con más fuerza, que nos quedamos muy cortos. Espero que esto nos sea más que el principio y que cambien los valores de lo que realmente importa y se retribuía como se merece a quien desempeña una labor tan valiosa para el hombre: preservar la salud, que no es poco.
Aplaudo cada tarde, con fuerza y convencido, a todos aquellos que trabajan para que funcionen nuestros hospitales, a todos. Supongo que cada uno tiene algún testimonio directo del drama que allí se vive. Contaré el mío. Mi sobrina Mònica, neuróloga, ya hace semanas que la han puesto, como a casi todos los médicos, con el Covid. Nos cuenta cada domingo su experiencia. Le ha tocado estar en la sala de los que no van a ser intubados, de los que esperan la muerte. Lo más duro, dice, es hablar con los familiares. Esa conversación será la única despedida de sus seres queridos a los que no podrán ni ver ni enterrar.
Oigo a menudo la palabra guerra cuando se describe lo que ahí se está viviendo, incluso en boca de grandes comunicadores y no me gusta. No me gusta esa palabra. Debemos desterrarla para siempre.
Guerra es lo que jamás ha dejado de hacer el hombre desde que se llama “civilizado”.
Guerra es el asqueroso negocio de unos cuantos gobiernos.
Guerra es, también, lo que hacen las grandes corporaciones para agrandar su poder.
Lo que están viviendo nuestros sanitarios es mucho más. Es la mayor lección de vida y muerte que ha recibido jamás el hombre.
Me siento pronto en el escritorio, junto a la ventana cuando todavía se oyen bastantes palmadas y pienso en los aplausos que han dejado de escucharse estos días en los teatros, los conciertos, en los campos de futbol y en tantas otras cosas que están ahora paradas y me doy cuenta de lo difícil y duro que es, hoy por hoy, merecer un aplauso y del valor que eso tiene.
Quiero lanzar un aplauso a Alfredo Vázquez por su maravillosa historia: La Lágrima, que me conmovió.