El último encuentro
Alicia Viana Magriña
Pocos días antes del confinamiento, en la Librería Bernat del barrio, recomendé a un amigo la lectura de “El último encuentro” de Sándor Márai, novelista húngaro de principios del siglo pasado. La novela estuvo prohibida y olvidada durante más de cincuenta años. Es uno de mis libros preferidos.
Durante estos días he disfrutado con su relectura y he vuelto a encontrar frases perdidas en mi memoria que ya hace tiempo había subrayado. Ahora subrayaría otras.
Para quien no haya leído la novela, trata de dos hombres de más de ochenta años, amigos inseparables desde la infancia que se citan a cenar tras cuarenta años sin verse. El punto de unión es el recuerdo imborrable de una mujer, como describe la Editorial Salamandra.
Es una oda a la amistad que Márai narra desgranando emociones y sentimientos en profundidad y describiendo un vínculo de lazo indestructible. Un amor que transforma el rencor, la venganza y los años pasados en un diálogo lleno de conformidad, aceptación, comprensión y amargura, provocando un sentimiento de derrota e incomprensión hacia la mujer que han amado y descubierto con los años.
Explicaré por qué es tan especial para mí.
Fui a ver la obra en el Teatro Romea en enero del 2015, dirigida por Abel Folck e interpretada magistralmente por él, en el papel de Henrick. Jordi Brau bordaba el papel de Kònrad (aquí tenemos a los dos amigos), y Rosa Novell en el de la nodriza de Henrick, llamada Nini, que como comentaba Folk : “Es el símbolo de la casa”. Rosa Novell, estaba ciega debido a un cáncer de pulmón. Actuó acompañada por María , la hija de Abel Folk. Su actuación fue memorable, imposible de olvidar, su personaje tenía fuerza y ternura por igual. Su fragilidad y su interpretación nos emocionó a todos.
No pudo hacer la gira y a principio de febrero se retiró a su casa, donde murió el día 27 del 2015.
Una de las afirmaciones de Márai, a través del viejo Henrik, al final de la cena, es reveladora del paso del tiempo: “ Luego envejece tu cuerpo, no todo a la vez , no, primero envejecen tus ojos (...). Envejecemos así, por partes. Más tarde, de repente, empieza a envejecer el alma: porque por muy viejo y decrépito que sea ya tu cuerpo, tu alma sigue rebosante de deseos y de recuerdos, busca y se exalta, desea el placer. Cuando se acaba el deseo del placer, ya solo quedan los recuerdos, las vanidades, y entonces sí que envejece uno, fatal y definitivamente.”
A la salida del teatro, pude cruzar dos palabras con Abel Folk y le pregunté: “¿Crees, como dice Márai, que el auténtico amor no puede exigir fidelidad, es más, puede renunciar a su amada, para que ella pueda ser feliz con otro?
Y me respondió: “Puede ser, pero somos humanos y no llegamos a tanto altruismo, sentimos la traición y somos posesivos, sobre todo en el amor.”