Historias de casa
Alicia Viana Magriñá
Cuando mis hijos eran pequeños, un lugar fantástico para pasar todo el día era el Zoo.
Ellos se lo pasaban bomba, con todos los descubrimientos que hacían con los animales, “Mira mamá, miraaa… el león se ha levantado y viene hacia aquí”, chillaba mi hijo pequeño Tito, y yo le contestaba serena todavía: “¡Tranquilo! No nos va a comer.... al menos hoy”, y Mario, mi hijo mayor, respondía: “¡Mamaaaá yo ya lo sé! ¡Hay rejas! ¡No pueden salir!”. “Pero, ¡miraaa tienen hambre!”, insistía Tito.
Todo esto a gritos, ¡como si fuéramos una familia de sordos! Y fue entonces cuando mi hijo Tito, con todas sus fuerzas, lanzó el bocata de jamón que se estaba comiendo al león: “Así mamá seguro que no nos comerá”, razonó contundente Tito, y salieron volando el pan bimbo y el jamón dulce por los aires y justo fue a dar… a una pobre señora, salida de peluquería, que teníamos delante.
Cuando vi a dónde había ido a parar el bocata, los cogí a toda velocidad de la mano y, llevándolos por los aires, desaparecimos, aterrizando en la parada de los gorilas, otra de sus favoritas, y para mi tranquilidad, ¡comprobé que no tuvieran más armas arrojadizas!
“Mamaaaá los gorilas seguro que también tienen hambre!” Vi clarísimo que mi hijo Tito se había propuesto acabar con el hambre del zoo, ¡y el mundo entero! Lo intenté convencer que aquellos animales sí que comían y le dije, ya no tan serena: “Como vuelvas a tirar comida a algún animal más, pido que te contrate el zoo, como alimentador de animales, y aquí te quedas.” Y me contestó: “¿De verdad mamá? ¿En serio? ¡Vaaa vamoooss a pedirlo!”, dijo arrastrándome hacia la salida, con una sonrisa descomunal.
Y no pude por menos que soltar una carcajada, ante los ojos atónitos de mi sensato hijo Mario que nos miraba como si constatase, que había ido a parar a una familia de locos. Y muy serio me dijo, sin gritar, muy bajito: “¡Mamá! ¡No puedes! Tito es muy pequeño para trabajar.”