“Sueños de una especialista en borrado de tatuajes”

María González Romero

Apenas su cabeza se apoyó en la almohada, la realidad diaria dio paso al universo paralelo.

Atrás quedaban largas horas eliminando recuerdos, paladeando el dolor, el rencor, la ausencia… borrando frases y dibujos que un día alguien imaginó eternos. Conceptos que en otro tiempo merecieron ser grabados en la piel y hoy, aquellos que habían querido fijar con tinta amores, filosofías de vida o frases inspiradoras, aborrecían su estatus infinito y se disponían a desterrarlos de sus vidas.

En el umbral del sueño, si miraba hacia atrás aún podía percibir los destellos del láser y ese olor que desprendía la piel despojada de su señal de tinta. Sin embargo, al volver la mirada al frente todo aquello parecía irreal y lo onírico empezaba a tornarse tangible.

Un pequeño movimiento, medio paso, separaba un lugar del otro. Y en ese umbral uno perdía la noción del tiempo. ¿Cuantas horas llevaba en la cama? ¿o acaso se había acostado diez minutos atrás?... qué maravillosa sensación, qué ausencia de control, qué manera de rendirse y dejarse llevar. Cómo le gustaba la sola idea de divisar el universo paralelo, de rodearse de él. De zambullirse en la colección de sensaciones vetadas al otro lado de la frontera. De dejarse ser sin límites ni juicios. Más allá de la barrera de su propio cuerpo. Aquí no había decepción, dolor o duelo. Aquí no existían siquiera las palabras.

Solo se trataba de ser. Sin más. Eso era todo. Ser, percibir en el plano sensorial. No pensar.

Ingravidez, ingravidez, ingravidez, olor a lluvia, cierta humedad, sensación de cosquilleo en el no-cuerpo.

Infinitud.

Despertar.