Reflexión entretenida 31
Joan Crosas
No entiendo cómo me gustan tanto las historias de romanos. Una sociedad militarizada, siempre en guerra, clasista, donde a parte de los patricios, existían los plebeyos que apenas tenían derechos y los esclavos que no tenían ninguno. Donde hubo emperadores locos que mataron a todo aquel que les pareciera una amenaza o al que pudiesen arrebatar sus bienes.
Pero no puedo evitar sentir admiración por los que marcaron nuestros orígenes. Estuvieron aquí durante setecientos años, desde que los Escipiones, disputando el dominio del Mediterráneo a los Cartagineses Amílcar Barca y su hijo Aníbal, se instalaron en la península, hasta que las religiones aguaron la fiesta. Pero esa es otra historia.
Los romanos pasaron por la monarquía, inventaron la república donde el poder recaía en el senado pero que en momentos de crisis nombraba un dictador con poder absoluto, y crearon un imperio gobernado por emperadores que, en la mayoría de casos, heredaban su condición. ¿No tenemos de esto todavía hoy? Sus constantes guerras para ampliar sus dominios, o conservarlos, y sus luchas internas por el poder con conspiraciones y traiciones, también las podemos ver actualmente.
Pero no toda su historia es negativa. Supieron absorber a la civilización griega abrazando sus artes y llegando a una exquisitez asombrosa. Sus templos, sus estatuas, sus vajillas y todo lo que ha llegado a nuestros tiempos, son auténticas obras de arte. Allí donde se instalaron, cambiaron el barro y la madera por la piedra y el mármol ofreciendo a los que conquistaban un mejor modo de vida.
Crearon infraestructuras increíbles: carreteras, acueductos, puentes, etcétera, por todo el territorio, desplegando un comercio que todavía perdura. Roma fue la primera gran metrópolis con más de un millón de habitantes. Herederos de los griegos, engrandecieron la ciencia, la literatura y la filosofía. Sin ir más lejos, aunque fue creado por los griegos, el estoicismo, doctrina desarrollada por varios romanos como Séneca, es de máxima actualidad en este momento.
Edificaron inmensas bibliotecas donde custodiaban, en millones de papiros, todo el saber adquirido hasta entonces. Defendieron el derecho de sus ciudadanos y crearon el derecho romano que todavía hoy se estudia. Instauraron los grandes espectáculos, las luchas de gladiadores y las carreras de cuadrigas, ante cientos de miles de espectadores que, transformados, han llegado a nuestros días.
Desarrollaron los oficios hasta niveles impensables. Peluqueros, sastres, cocineros, herreros, carpinteros y tantos otros oficios, a menudo en manos de esclavos, llegaron a cotas que todavía hoy parecen inalcanzables. Hubo grandes personajes y sus vidas, glosadas por los historiadores, han llegado a nosotros con todo detalle.
Por todo esto me gustan las historias de romanos y no pierdo ocasión para leer libros o ver documentales o películas sobre ellos. La verdad es que lo sabemos todo de esa época. Y gracias a Graves, Yourcenar, Posteguillo y tantos otros que han narrado su historia en forma de fantásticas novelas, conocer a nuestros antepasados, de los que hemos heredado incluso nuestra lengua, es un placer que no quiero perderme.
Será por ello que cuando vuelvo de mi paseo con Terry y tengo algún logro personal o colectivo que celebrar, me gusta pasar por en medio del Arco de Triunfo y, como ya hacían los antiguos romanos, conmemorar la gesta. Estos días hasta he conseguido hacerlo coincidir con el aplauso de la ocho y la experiencia ha sido apoteósica.
El pasado domingo, pasear por un Paseo Lluís Companys lleno de niños, me pareció un buen motivo para cruzarlo y hacer una magna celebración.