41 días para desvariar

Marta Rodríguez Bosch

Día 41 de confinamiento. Como cada mañana, me preparo para salir de casa a por el diario. Contemplo con estupor los nuevos complementos de indumentaria. Ante los guantes de látex, me pongo a sudar. Veo las manos de un presidente enguantadas en blanco, cual mayordomo a punto de sacar brillo a la plata. Rebusco en el cajón mis viejos guantes negros de seda para ir a la montaña bien abrigada. Agujereados! Dejo anotado ir a la guantería Alonso de c/ Santa Anna en cuanto reabra. Miro la mascarilla con desgana. Las mejillas arreboladas del otro presidente animan: Póntela. Y resuena una suave voz ministerial lejana: Aunque no es obligatorio. ¿Será menos bozal con estampado de flores Liberty? O quizás mejor en negro existencialista. El complemento con el que más me identifico es la regla de madera de 1 metro, que mi madre me dio cuando me aficioné a coser. Ahora que voy haciéndome mayor la podría usar como bastón, de diseñó. Estiro el brazo empuñándola y sí, marca perfecto el distanciamiento social. La regla es, desde luego, el complemento más femenino. A punto para salir. Me reafirmo como confinada confiada. Comienzo a desescalar la escalera. Aferro el pomo leonado de hierro del viejo portón. Y aparco la incertidumbre de si un virus microscópico adherido allí se prepara para un ataque fulminante, tal vez letal. ¿Se comerá el león al virus, o el virus al león? (FIN)

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