El cuento

ALICIA VIANA MAGRIÑÁ

Érase una vez, una princesa que vivía en un Castillo, rodeado por un pequeño jardín. A pesar de los pesares, ella vivía feliz con su Corte de Tres Caballeros, los más valientes, que la custodiaban y protegían. También estaban siempre a su lado sus heroícas Damas que hacían de Grandes Consejeras.

El Castillo siempre estaba lleno de gente, se celebraban  banquetes, con poetas y músicos que amenizaban las comidas con sus liras y arpas. 

En un día tranquilo, apareció por el jardin un Dragón sacando fuego por la boca y sembrando el pánico por todo el territorio y mucho mas allá. Se comía a la gente en un plis plas . 

Todo el mundo se marchó del Castillo,  corriendo por las callejuelas, arrastrando sus baúles medio abiertos y desbordados de ropa, para proteger a sus hijos, padres , amigos, vecinos ... 

El Castillo quedó vacío y la Princesa muy sola. Se pasaba el día asomada a su ventana altísima viendo como los cervatillos se acercaban y el silencio inundaba el bosque.

Al poco tiempo la Princesa solitaria oyó a un caballo cabalgar por su Jardín, se asomó a su ventana y allí estaba! un corcel blanco con un Príncipe encima , se notaba que era un Príncipe por la corona, aunque le caía de lado seguramente por tanto trote, se veía claramente que era una Corona Real. 

La princesa alucinaba de que hubiera aterrizado de pronto, un Príncipe en su Jardín. 

Lo miró con detalle y vio que lo conocía de hacía tiempo, era de un Condado vecino. 

Y ella ya le había echado el ojo, en una Fiesta de la Siembra de hacia años. 

El Príncipe le explicó desde la distancia, que había oído hablar del Dragón come personas y había ido veloz  a hacer compañía a la Princesa. 

Durante días y días , desde el Jardín la despertaba con un silbido dulce que parecía el canto de un alegre jilguero. La Princesa que había estado un poco melancólica, esperaba feliz cada dia su canto y su risa podía oírse desde el jardín. 

El Príncipe le llenó los días, de palabras, de música, de chanzas que le hacían reír a carcajadas, y para colmo, la distraía y complacía con una representación llena de gracia , que él mismo interpretaba con un estilo único y pecúliar. 

Se podía convertir en muchos personajes diferentes, a veces era un atleta griego de lanzamiento de disco como Discóbolo, un experto espadachín, una adivinadora vestida de lunares, con bola de cristal mágica y acento de Al-Andalus. 

La estaba enamorando. 

La Princesa que era muy suya, intentaba entender este aterrizaje de su Príncipe, sin conseguirlo. Y como veía que día que pasaba, más le gustaba el Principe empezó a tener mucho miedo, hasta que un día se quedó totalmente paralizada, inmóvil. 

El Principe se preocupó y fue a buscar al viejo médico de la Corte, cuando éste llegó a la estancia de la Princesa, la encontró inerte encima de su cama con dosel, muy pálida. El viejo médico la miró con detenimento, le tomó el pulso y moviendo la cabeza con pesimismo, le dijo al Princípe:“Para que vuelva en sí, tenemos que traer antes de tres días, al Conejo Blanco del Tiempo que está congelado en los altos picos glaciares, donde reina el Mago del Hielo. Pero primero hay que pasar por el País de las Maravillas,donde vive Alicia, para que nos dé el reloj del conejo, pues sin él, no se podrá descongelar.”

El Príncipe, con mucho ánimo le dijo: “ Vuestra Merced no se preocupe, iré raudo y veloz a buscarlo por todos los confines del Reino del Hielo, y lo traeré cueste lo que cueste!“ exclamó, montando en su corcel blanco, con la corona ya bien puesta. 

El Médico pensó : Este Príncipe es un valiente totalmente inconsciente! No sabe lo que le espera, por que el malvado Mago del Hielo, no deja entrar a nadie en su Reino, pero más difícil lo tendrá con Alicia, si ha comido la galleta de encogeme, será tan pequeña que no habrá forma de encontrarla y si ha comido la galleta de hacerse Gigante, aplastará  sin duda al Príncipe y al pobre corcel.

Pero el Príncipe era un Príncipe de Cuento, valiente, decidido, gallardo y saleroso.  

Cabalgo y cabalgo por valles, prados y colinas, hasta que llego al País de las Maravillas. Al llegar, de un vistazo vio enseguida a Alicia que estaba a punto de comerse una galleta que ponía “comeme” y le gritó: Alicia detente ! Y por suerte ella lo oyó y no comió la galleta, entonces el Príncipe le pudo explicar toda la història y le pidió el reloj del conejito. Alicia que era una niña un poco alocada y muy traviesa, sin pensárselo dos veces, se lo dió de mil amores, (a un Príncipe no se le puede negar nada). 

Salió disparado el Príncipe hacia el Reino del Hielo, el tiempo apremiaba, cuando estaba a una legua de distancia vio con horror que el malvado Mago había construido un muro de 5 metros de altura y abrumado se preguntó: “¿y ahora qué hago?.” Entonces recordó que su caballo ¡tenía alas! (los caballos de los príncipes, todos llevan alas desde que nacen, es vox populi). 

En un vuelo supersónico el caballo, con Príncipe incluído, se plantó delante del Conejo Blanco del Tiempo congelado, cuando le acercó el reloj con su tic tac, inmediatamente quedó descongelado y el conejo con su eterno “ ¡Dios mío, voy a llegar tarde! montó al corcel y volaron juntos hasta el pequeño Castillo de la Princesa dormida. 

La Princesa se despertó poco a poco de su sueño, cuando el conejito se abrazó a ella y le puso sus suaves y grandes orejas sobre su corazón, entonces el conejito blanco le explicó rápidamente, ¡siempre tenía prisa!, que si estaba allí para salvarla era gracias al valiente e intrépido Príncipe, la Princesa agradeció al Príncipe su hazaña con un tierno beso que encantó al Príncipe para siempre, (tuvo el detalle de no encantarlo en un sapo, costumbre muy extendida en aquella época).  Y lo envió a matar al Dragón que es lo que hacen los Principes en los cuentos. 

Y colorín colorado este cuento aún no se ha acabado. 

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