Reflexión entretenida 40
Joan Crosas
Luis Fernando descansa en un banco de la plaza Urquinaona mientras come un bocadillo que acaba de comprar. Son las siete de la tarde, lleva trabajando desde las nueve de la mañana y pronto empezará el momento de más actividad.
Luis Fernando es hondureño, de Comayagüela. Hijo de una familia de seis hijos, que a los veinticuatro años se vino a Barcelona para salir de la miseria. Viajó con su novia, María Carmen, con la esperanza de conseguir sueldos cinco veces mayores que en su país, que les permitieran vivir y mandar algo de dinero para ayudar a sus familias.
Las cosas no fueron nada fáciles aquí en Barcelona. Aunque consiguieron trabajo los dos, la precariedad de sus empleos, en los que jamás tuvieron un contrato de más de seis meses, y los muchos gastos que la subsistencia les ocasionaba, hicieron que nunca pudiesen enviar nada a los suyos y los muchos problemas acabaron separándolos.
Ahora comparten piso, cada uno con algunos conocidos. Luis Fernando convive con Ahmed, marroquí, que cobra del erte en este momento y está a la espera de que le llamen pronto para ocupar su plaza de friegaplatos. No tiene nada claro que le vuelvan a contratar una vez finalizado el contrato de seis meses que le une a la empresa. También comparte piso con ellos Carlos Alberto, ecuatoriano, que está en una situación parecida a la de Ahmed.
Conviven en un cuarto piso del carrer de la Riereta en el Raval. En un piso de cincuenta y cinco metros cuadrados por el que pagan más de seiscientos euros al mes, que con los consumos se les va casi a setecientos. Luis Fernando, como sus compañeros de piso y a pesar de dormir en la sala pues no hay más habitaciones, necesita doscientos treinta euros al mes tan solo para dormir y ducharse por las mañanas.
Luis Fernando acaba su bocadillo y se limpia la boca con el envoltorio que tira en la papelera donde tiene apoyada su bicicleta. Después del último empleo con contrato, aunque precario, pudo comprarse una bici de segunda mano que le permitiría trabajar.
Enciende el smartphone para que le empiecen a llegar pedidos que irá a recoger en su bici a diferentes comercios y, cargándolos en la mochila cuadrada que le proporcionó Glovo, llevará a casa del cliente. Con un poco de suerte y trabajando diez o doce horas diarias, conseguirá sacarse seiscientos euros al mes que le permitirán seguir malviviendo.