Relato 41

Joan Crosas

Hasta aquí he escrito cuarenta relatos: veinte anécdotas divertidas (que no todas fueron anécdotas y, mucho menos, divertidas) y 20 reflexiones entretenidas (que no todas fueron reflexiones, aunque espero que si entretenidas).

La verdad es que he escrito un montón y espero que hayan gustado mis historias (imagino que unas más que otras) y que Poldo no esté harto de mí. Me ha gustado mucho descubrir esta faceta mía y he disfrutado mucho buscando temas, desarrollándolos en mi mente para luego escribirlos y corregirlos. Soy consciente de mis limitaciones y seguramente lo de la corrección, a veces, no lo he hecho con suficiente profundidad.

Mientras Poldo lo permita seguiré mandando historias pues es una actividad que me llena muchísimo y de momento, sigo teniendo mucho tiempo libre.

He pensado en cambiar el título a partir del cuarentaiuno como hice en el veintiuno y poner, ya de una vez, un título para cada relato, como hacen la mayoría de participantes de este blog, pero si pongo el título oportuno para cada relato, me temo que desvelaré el final de la historia para el que suelo dejar un poco de suspense, no sé si para atrapar al lector.

Finalmente opto por un título más genérico todavía para mis relatos: relatos. Así me siento menos atado al anunciado (si es que antes me sentía así) y abro mucho más el abanico para mis próximas historias. De hecho, ayer introduje por primera vez la tercera persona y puede que lo haga más veces, relatando historias alejadas de mis vivencias personales.

Digo todo esto suponiendo que tenga lectores (espero que sí) y, para seguir ordenando mis historias que preferiría que se leyeran por orden, aunque no tengan más hilo conductor que la propia evolución natural del que escribe, he decidido seguir numerándolas.

Bueno, con toda esta introducción, he gastado mis doscientas palabras de sobras por lo que hoy solo escribiré una frase. Se me ocurrió el otro día cuando me paré a saludar a uno de un bar que estaba cerrando la puerta después de poner las cosas en orden (supongo) y le pregunté cuando iba a abrir. Comentamos un poco la jugada y al final le dije que había estado escuchando una alarma de una nevera o un congelador cuando pasaba cada día por enfrente y que no sabía cómo avisarle. Entonces él me hizo una gran sonrisa que pude leer en sus ojos.

La mascarilla nos permite leer la sonrisa de los ojos, mucho más auténtica.