Balcones
Alfredo Vazquez
Balcón Uno.
Eran ya 50 días. Había conseguido que mi mujer no probará el alcohol en ninguno de ellos. Los días buenos compensaron a los malos. Y pudimos recuperar por momentos esa familia de cuatro feliz que deberíamos ser y algún día fuimos. El estado de alarma y el covid nos había regalado un paréntesis. Pero estaba cerca la fase 1 de desconfinamiento, en el que yo solo veía una copa en las mano de mi mujer, o lo que quedaba de ella. Maldito virus embotellado.
Balcón dos.
Me llamó. El muy cabrón me llamó. Sabía que me moría de ganas por saltarme el confinamiento y que deseaba que me comiera entera porque sabía usar su lengua con maestría sobre la piel y sobre el tímpano. No sé si usaba algún retrovital, pero pese arrastrar más de medio siglo en ninguna de las cinco ocasiones anteriores encontré su límite... Y lo busque, soy buscadora de límites.
Una semana antes fui yo quien le llamé, y tras mi proposición, el muy hijo de su madre me dijo que estaba confinado, que había que respetar el aislamiento.
Y ahora me llamaba el muy cabrón. No se lo perdoné y le colgué el teléfono con muy mala leche. Ahora en la soledad, ya solo me quedaba tener buena mano conmigo misma.
Balcón tres.
Mis padres y yo, y ya no soy un niño. Cincuenta años, separado, sin trabajo y un par de hijos confabulados con su madre. Todo me cogió pocas semanas antes del confinamiento pasando el temporal de la ruptura en casa de mis padres. No había encontrado otra opción. Joder, tras más de cincuenta días, empezaba a sentir que odiaba a mis padres, odiaba al mundo, lo odiaba todo. Oía que el gobierno no tenía un plan claro del desconfinamiento, el que no tenía un plan claro era yo. Claro que que quería a mis padres, pero no podía aguantar los pedos de mi padre incontenidos y persistentes; no, eso no podía soportarlo.
Balcón cuatro.
Cuarta semana de confinamiento, juntos en nuestro piso, apenas sin hablarnos, cada uno en su despacho. Trabajo, trabajo, trabajo. Masticabamos juntos en la mesa no más, alguna serie juntos en un día que permitirá no rozarse, y durmiendo separados.
El enfado venía de atrás. No éramos la pareja perfecta, ya se que no existen! Pero ya antes del confinamiento quería hablar con Mario para fijar o al menos plantear nuestro futuro, teníamos nuestras profesiones despejadas, incluso un piso. Pero Mario siempre eludia el final de mi reloj biológico y ya eran muchos años juntos. Trabajo, trabajo, trabajo... Vale ya se que no soy esa chica que vuelve locos a los tíos en la cama, quizás sea interesante, pero no soy sexi. Nos habíamos acostumbrado después de cinco años al sexo exporadico y yo pensaba que apasionado.
Ese día, cuando leí de casualidad en su móvil lo que aquella mujer le decía; Sentí que quizás me quedo una lección pendiente como mujer. El desconfiamiento iba a ser muy duro.
Balcón cinco.
Volví a llamar al doctor, la operación tenía que haber sido a finales de marzo. El doctor me calmaba. Dos años antes me habían vaciado el útero, por la formación de continuos miomas... y ahora ese tumor en uno de mis pechos quería quitarme lo que me quedaba de mujer.
Ni tetas ni coño, solo quiero vivir, les decía a mis amigas. Pero los continuos aplazamientos para la operación me tenían totalmente descompuesta. Mi marido me apoyaba pero estaba absorto en su trabajo, y yo había pedido la baja porque me veía incapaz de continuar haciendo teletrabajo. Mis dos hijos fuera de casa, con sus parejas y ocupaciones. Apenas salí por miedo durante el confinamiento, sentía que si me pillaba este bicho me llevaba directa a la tumba, y mi marido se protegia por mi lo indecible. Sonó mi móvil, y no eran mis hijos.
- si....
- el doctor le ha asignado el martes 11 de agosto para la operación. Clara colgó el teléfono.
Era el día de su cumpleaños y sintió aquella llamada como el mejor regalo del mundo.