Relato 43

Joan Crosas

Àngels está sentada en un banco mirando al mar. Acaba de salir del Hospital, justo detrás de ella y se ha sentado un rato con la vista perdida en el horizonte. Tiene los ojos llorosos y las manos recogidas sobre sus muslos apretando entre sus dedos un sobre que no ha querido abrir de momento. Se siente tan mal.

A los quince días de confinamiento, cuando esté se agudizó, sus padres de 80 y 77 años se quedaron sin la señora que les ayudaba en casa de 8 de la mañana a 8 de la tarde. Su padre, Lluís tiene un principio de Alzheimer y su madre lleva varios años sin salir de una depresión.

Àngels y Albert, su marido, creyeron que lo mejor sería que ella se fuese a vivir con ellos y así les ayudaría con la compra, la comida y las tareas del hogar. Albert ya se encargaría de Marc y Adrià, sus hijos de 12 y 10 años, su trabajo no le permitía el teletrabajo y podría ocuparse de ellos todo el día.

A principios de abril Àngels se despidió de sus hijos disimulando las lágrimas y se instaló en casa de sus padres con sus cosas y su portátil desde donde, ya había hablado con su jefa, trabajaría lo que pudiese.

Fue muy rigurosa tomando todas las medidas de precaución. Se vestía especialmente para salir, usaba mascarilla desde el principio y cuando salía a comprar nunca olvidaba la botellita de gel desinfectante. Cuando llegaba a casa de sus padres de nuevo, se cambiaba de ropa, antes había dejado los zapatos en el rellano y se lavaba bien el cuerpo igual que todo lo que traía de la calle.

Nunca entró nadie en casa de sus padres, tan solo una vez un mensajero le trajo un par de libros para ella que compró en la librería del barrio que hacía este servicio. Tomó todas las precauciones, siempre. O eso creía ella.

Hace diez días sus padres enfermaron. Los dos. Al principio creyó que no sería nada, a pesar de que tenían algo de fiebre. En seguida vio que era algo más grave. Les costaba respirar y sentían un fuerte abatimiento por todo el cuerpo. Llamó a emergencias médicas y después de visitarlos le dijeron que lo mejor sería llevarlos al hospital.

Hace tres días, la doctora, le dijo que habían empeorado. Que se les había desarrollado una infección pulmonar y que necesitarían la ayuda de un respirador para seguir viviendo, a pesar de que sus pulmones, ya viejos, tenían pocas posibilidades de volver a funcionar. Àngels autorizó su entrada en la UCI.

Ahora, le acaban de entregar los resultados del test para saber si ella también está infectada, aunque no tiene síntomas. No ha querido que le dijesen nada. Se los han dado en un sobre cerrado que aprieta entre sus dedos mientras llora con la mirada perdida en el mar.

Se siente tan mal. Ella creía que lo había hecho todo correctamente, sin embargo, sus padres están entre la vida y la muerte, más cerca de esta última, teme. Desde hace una semana que se los llevaron al hospital no los ha visto, e instalada todavía en casa de ellos a la espera de los resultados del test, no ha dejado de llorar. Se siente tan culpable.

Guarda el sobre sin abrir, todavía, en su bolsillo y se pone a andar por el paseo marítimo con la misma vista perdida en el horizonte y los ojos llorosos