Relato 44

Joan Crosas

Tengo dos momentos al día. Dos momentos que son míos, solo míos. Los tenía ya antes del encierro, pero este me los ha reafirmado.

El primero es cuando me levanto por la mañana, antes que nadie y mientras tomo un café o dos, leo el periódico (eso no ha cambiado mucho, sigo interesándome por unas noticias más que otras) y a continuación, mientras me fumo un cigarrillo, hago los sudokus, los tres. Me he convertido en un experto (estoy por escribir un relato sobre como se resuelven) y tan solo he dejado uno inacabado desde que estoy confinado.

Mi segundo momento ya lo conocéis. Es mi paseo con Terry, que aparte de saludar algún vecino conocido, paso el rato observando y pensando en la más absoluta intimidad. Este momento también ha cogido otra dimensión, he descubierto que es cuando me llega la inspiración. A partir de ahora haré mucho más caso a mis pensamientos durante esta hora de la tarde.

Se repiten día tras día y me llenan de gozo. Eran ya mis momentos antes de este encierro y vista la importancia que han adquirido, no podré renunciar a ellos por nada del mundo.

Hay otro momento, este es más anecdótico y ocurre pocas veces. Es cuando limpio la cocina. Lo hago pocas veces porque soy el que cocino y repartiendo el trabajo del hogar de forma justa, otros lavan los platos. Me gusta este momento. Estoy solo también, puesto que en cuanto digo que ya lavo yo, no se acerca nadie a la cocina y le pongo todos los sentidos. Me gusta realizar una tarea tan banal a conciencia. No hace falta que diga que lo dejo todo impoluto.

Ahora, desde que estoy encerrado y sin trabajo, he incluido este otro momento a la lista de mis preferidos: cuando me siento frente al ordenador en la galería, en el escritorio donde Pol hacía los deberes de pequeño, ahora convertido en mi rincón de la casa (es importante que cada uno tenga el suyo) y desarrollo las historias que antes he pensado.

Adoro este momento y creo que no voy a renunciar a él cuando esto termine.