Relato 45
Joan Crosas
Los dedos de la mano izquierda presionan las cuatro cuerdas en suaves vibratos, la mano derecha, oscilando melódicamente, sostiene con delicadeza el arco que acaricia con sus hilos de crin las cuerdas consiguiendo un sonido de extrema belleza.
Amalia, en su habitación de casa de sus padres, toca una y otra vez las seis Suites de Bach.
Ha entregado su vida a la música que adora con pasión. A sus diecisiete años es capaz de sacar una gran variedad de sonidos a su instrumento. Igual que los grandes maestros, balancea su cuerpo al son de la música atacando con virtuosismo todo lo que se propone. Domina el vibrato y sabe dar la presión justa al arco para interpretar de forma idónea cualquier melodía.
Es hija única de una familia culta y de gran sensibilidad musical. Su padre, catedrático de historia, toca el violín de vez en cuando y su madre, filóloga, también es una gran aficionada a la música. Desde pequeña, Amalia ha vivido al son de la música clásica que se escucha a todas horas en su casa. A los tres años cogió el violín de su padre por primera vez y a los cinco ya lo tocaba mejor que él. A esa edad, cuando escuchó por primera vez un disco de Jaquelinne du Pré, quiso aprender a tocar el violonchelo.
Sus padres le pusieron todas las facilidades y contrataron un profesor particular que le daba clases dos veces a la semana. Pronto fueron tres. A medida que descubría la facilidad con que se desenvolvía con el chelo, fue dejando todo lo demás en segundo plano y su vida se centró en el aprendizaje de un instrumento que cuando lo tocaba, parecía que formara parte de su cuerpo.
A los trece años ya estudiaba en el Conservatorio y ahora con diecisiete, tiene programados sus primeros conciertos en auditorios de verdad. Recibió hace unos meses una invitación de la Orquesta Filarmónica de Viena para actuar como chelista principal en una de las obras que iban a interpretar en un concierto en el Palau de la Música de Barcelona en el mes de noviembre. Conocedores del talento especial de la joven revelación, no solo la invitaron, sino que, además, le dejaron elegir la obra que iban a tocar ante el público de su ciudad natal.
Eligió el Concierto para Chelo y Orquesta en Si Menor Op. 104 de Dvořák que interpretaba Jaquelinne du Pré, justamente, en el disco que le despertó las ganas de aprender a tocar el violonchelo y que había escuchado miles de veces. El mes de junio se instalaría en Viena donde ensayaría este concierto y otro al que también la habían convocado, éste en Londres el mes de diciembre donde, junto a otras cuatro jóvenes promesas, interpretaría el Quinteto con Piano en La Mayor Op. 114 de Schubert también llamado la Trucha.
Ahora, con el coronavirus, todo se ha anulado y lo que tenía que ser el inicio de una exitosa carrera en el mundo de la música, ha quedado estancado entre las cuatro paredes de la habitación donde está confinada.
Amalia, se seca una lagrima que le resbala por la mejilla y ataca nuevamente la primera de las Suites que Bach compuso solo para violonchelo y que Pau Casals elevó en su día a gran obra maestra, con todo su sentimiento.