Relato 46
Joan Crosas
El personal de limpieza se afana en fregar los suelos y quitar el polvo de una sala tras otra. Pronto, aunque con menos gente, volverán a llenarse de admiradores que se entretendrán observando lo que cuelga de sus paredes o descansa sobre sus peanas. Tardarán a volver las aglomeraciones frente a las obras que llenan los museos, sin embargo, la tranquilidad se acaba.
Se acabaron las comidas frugales del Arlequín con Margot y la Señora Canals en el Palacio del carrer Montcada, los paseos por los salones del Louvre de la Gioconda observando con su mirada y su maravillosa media sonrisa todo lo que en ellos ocurre. Se acabaron las noches de amor de la Venus de Botticelli y un Rembrandt a los treinta y cuatro años, desatado ante tanta belleza por los salones de la National Gallery
En el Moma de New York, los amantes de Magritte se volverán a cubrir la cara y las Madeimoselles d’Avignon dejarán de hartarse de Sopas Campbell. Los relojes de La Persistencia de la memoria, se pararán nuevamente derritiéndose para volver al surrealismo.
El Caballero de El Greco, en el Prado de Madrid, pondrá nuevamente su mano en el pecho después de noches y noches de amor con Las tres gracias de Rubens y la Maja desnuda de Goya, mientras Las Meninas, volverán frente al lienzo de Velázquez, tras presenciar las carreras a caballo por los salones del museo de los caballeros de Rubens, Velázquez y Tiziano.
En el Guggenheim de Bilbao, las obras de Chillida y Oteiza dejarán de perderse por los estrechos pasillos de La materia del tiempo y en la Galeria Uffizi, en Florencia, el Baco de Caravaggio acabará con las fiestas que ha estado organizando con las Vírgenes y las Venus que llenan la pinacoteca.
Tras dos meses sin las hordas de visitantes que desfilan por todos estos museos, todo volverá a su normalidad y las grandes obras maestras volverán a quedar inmóviles, frente a los ojos de los humanos, esperando la siguiente pandemia que les permita moverse a sus anchas.