Relato 201 (Post Scriptum)

Joan Crosas

Soy consciente de que cerré mi participación en este blog con el relato número 200. Igual que hice en el 50 y más adelante en el 100, me despedí de los lectores considerando que ya había escrito bastante. Pero otra vez vuelvo a mandar relato, como ya pasó en las anteriores despedidas. Hay dos motivos que no me dejan marchar: el primero es que después de escribir doscientos relatos prácticamente a diario, uno no deja, así como así, este momento de creatividad. La mente, ya acostumbrada, te va dando un tema tras otro para desarrollar alguna historia y es muy difícil resistirse. El segundo motivo es que me cuesta dejar de formar parte de esta iniciativa tan magnífica de Poldo, que ha hecho tan bien en prorrogar varias veces, pues una antología de relatos de “amateurs” con más de seiscientas historias publicadas a día de hoy, no creo que tenga muchos precedentes. Esto se ha convertido en un grupo de amigos que escriben y leen a los demás, del que me resisto a dejar de formar parte (¿Qué tal Marjo? ¿Cómo estás? ¿La familia bien?).

Después de Anécdota divertida, Reflexión entretenida, Pensamiento ocurrente, Idea vaga y tantos otros ciclos, vuelvo a Relato que, al fin y al cabo, es el título que me compromete menos y en el que me siento más cómodo.

Se acerca la navidad y aunque todavía vamos con mascarilla y nos saludamos con el codo, nos hemos librado del temido rebrote (por los pelos) y aquí estamos, decididos a que las fiestas nos ayuden a olvidar el año tan complicado que hemos pasado.

Hablando de política internacional, no puedo creer que Trump haya ganado la reelección. Es algo increíble. Como lo es que Bolsonaro y sus ministros estén a punto de ser juzgados por el asesinato de cientos de miles de brasileños. Menos mal que la justicia funciona en ese país.

Y no piense el lector que olvido a mis mascotas. ¿Fellini? Lleva la casa el muy puto amo. Cuando vienen a por el mantenimiento del filtro del agua o del lavavajillas, les atiende él. Lo lleva muy bien. Y Terry, qué decir de él. Debido a nuestro trabajo, hay muchos días que sale él sólo. Le ponemos en el ascensor y Juanjo, el conserje, le abre la puerta de la portería para que el muy independiente salga a la calle y vaya hasta la Ciutadella, respetando los semáforos, por supuesto, y huela a todos los de su especie. Cuando vuelve, por el número de carreras por el pasillo, sabemos si el paseo ha sido más o menos satisfactorio.

Y Pol, mi otro hijo, sigue con sus aviones de papel y sus otras cosas, pero vamos mejorando: hoy creo que se ha leído mi historia número cinco.