Antidepresivo
Poldo Pomés
Hace mucho tiempo, cuando rondaba los 30 años de edad, salía a menudo hasta altas horas de la noche. Y me despertaba poco antes de comer, en un estado lamentable, con resaca y un poco arrepentido. Un día de esos se me ocurrió poner la televisión y aparecía un cocinero vasco llamado Karlos Arguiñano explicando recetas de cocina. Simpático, divertido, ordenado, limpio, entrañable. Todo lo que explicaba parecía fácil. Me quedé prendado, me cambió el humor, pegué un subido tal que decidí programar cada día el magnetoscopio de VHS para grabar los programas diarios del cocinero…
Pasado el tiempo por cambios de vida, laborales etc ese hábito desapareció.
Ha sido con el confinamiento que me he reencontrado con el programa de Arguiñano. Si me gustaba entonces, ahora me gusta igual o más. En estos momentos combinan la emisión de programas grabados hace unos meses con otros grabados durante la cuarentena. Mientras cocina platos no muy complicados para el espectador, explica perfectamente el proceso, limpiando continuamente todo lo que ensucia, cuenta algún chiste, habla del confinamiento, de aprovechar en estar con los seres queridos, de la actitud con el problema, de que los niños participen en la cocina, de valorar las pequeñas cosas…
Cada vez que veo su programa me cambia el humor. Todo es mejor en la vida si lo ves.
Yo le daría el premio Nobel de la Paz-Mental.