LA PAELLA

ALICIA VIANA MAGRIÑÁ

Para Carmen por regalarme estos días.

En estos días de confinamiento una de mis mayores añoranzas ha sido ver, oír, oler, tocar el mar, y esta añoranza me ha llevado a recordar un mes de agosto en el cual mi amiga Carmen me invito a su acogedora casa, en Banyalbufar Mallorca, ¡la vista es espectacular!

Me desperté temprano, me encanta la hora del alba, cuando poco a poco va entrando la luz solar, dibujando el paisaje, con pinceladas claras, nítidas.

En camisón, en el quicio de la puerta con el mar turquesa a los pies, respiré y me senté en la tumbona, me encasqueté el viejo sombrero y las gafas de sol, disfrutando de la unión del cielo con el mar, con todas las tonalidades de azul.

En la cala había un velero fondeado bailando con las olas, a lo lejos navegaba hacia nosotras un barco con la mayor desplegada, escorado, la vela blanca como un saludo, se iba acercando en silencio, dejando una estela llena de espuma blanca.

Oí a Carmen que salía de la casa, se sentó en la otra tumbona, las dos en silencio, solemnes ante tanta belleza.

Preparamos el desayuno variado y generoso. Y ya con el café y de cara al mar empezamos a hablar durante horas, de la vida, de historia, filosofía.... y nos reímos a carcajadas de nosotras, a veces tan cómicas.

El día anterior me había comunicado que venían sus amigos de Banyalbufar para comer una paella de pollo, cada año lo hace, desde entonces se ha convertido en un clásico del verano.

En casa de Carmen los días están llenos de encuentros con amigos, fiestas, aperitivos, cenas.... y también días tranquilos de charlas, lecturas y silencios llenos de paz.

Carmen es una de las personas más generosa que conozco con su tiempo, con su atención, siempre está para todos, con una sensibilidad que aboca en su profesión de arquitecta, con el consiguiente éxito, sus obras destilan belleza y poesía. Tiene pasión por saber, por entender el mundo. Ama la vida y es una persona que siempre te aporta, a veces despistada, pero... como cocinera yo no le tenía mucha confianza, nunca le había visto cocinar nada complicado, y ¡quería hacer una paella de pollo para sus amigos! Yo estaba alucinada. Y esto no era todo.

Después de la segunda ronda de tortitas de maíz con tomates del huerto y atún, ya eran las doce del mediodía y Carmen me dice, tranquila:

—Creo que no tengo pollo—

—¿La paella es de pollo?—, le contesto inquieta.

—Sí, llamaré a Joan a ver si él tiene pollo y lo trae.

Al cabo de unos minutos me confirma que Joan tiene pollo congelado, por suerte, y lo traerá, me tranquilizo y pienso: “¡Uffff, menos mal!.”

A las doce y media seguíamos en el jardín, charlando tranquilamente en camisón. Con el tercer café con leche, le pregunto:

—¿A qué hora vienen?

—A la una.

—¿De hoooy? —digo incrédula.

—¡Sí, claro! —me contesta riendo.

—¿Cuánta gente viene a comer la paella? —le pregunto en estado de intensa ansiedad.

—Quince.

—¡Quince…! O sea, resumiendo, que dentro de media hora vienen quince personas a comer una paella que no hemos empezado hacer y con un pollo congelado que aún no tenemos—le contesto, ya con taquicardia.

Empezamos a recoger el desayuno, yo voy corriendo a cortar las verduras a toda velocidad (no me corté varios dedos de milagro), a preparar el fuego, limpiar la paella y Carmen empezó a cocinar las verduras tranquilamente... Iban llegando los amigos, traían el aperitivo que nos daba una tregua de tiempo.

Por fin llegó Joan con el pollo, casi lo abrazo emocionada, no lo conocía de nada.

Y, poco a poco, Carmen fue haciendo la paella y después de mucho chup chup, pude ver la enorme paella acabada, y pensé ahora viene lo gordo, ¡comerla!

Pues... increíblemente, no he comido en mi vida una paella tan buena, sabrosa, en su punto… Vamos, un diez.

Aún no me creo que Carmen sepa mucho de cocina, pero con las paellas… ¡es la Reina!

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